Desde la más remota antigüedad, la humanidad ha vivido obsesionada por la posesión del oro. Tal vez, las propiedades físicas y químicas de éste metal, dureza, brillo, conducción de la electricidad, etc., así como la dificultad para extraerlo de las minas, condujeron al hombre primitivo a asignarle extraordinario valor y a atribuirle poderes especiales a quienes lo poseían. El oro, metal de los dioses y de los reyes, símbolo de poder y de riqueza, ha despertado las más altas manifestaciones del espíritu, pero también, desatado las más abyectas pasiones. Cierto es, que el hombre lo ha utilizado para hacer contacto con la divinidad, y aún, mediante sus destellos semejarse a ella. Por esto, y por el poder que irradia, su búsqueda y uso, seguramente, nos acompañarán hasta el final de los tiempos. (Articulo adaptado de Francelina Villalobos de P.)(Fotografías de Vitaly de Rusia)